En tu nombre hemos descansado y en tu nombre amanecemos. Buenos días, Señor, gracias por este día en el que hemos despertado y nos damos cuenta de que Tú eres fuente de todo bien y poder. Nos alegra que podamos hacer grandes cosas, pero cuando se trata de hacer las obras de tu reino de verdad y de justicia, sentimos temor porque somos débiles y poco efectivos.
Ayúdanos a reconocer nuestra debilidad no como derrota, sino como nuestra verdadera fuerza, para que tu poder se revele tanto en el sufrimiento y en la lucha como en la amabilidad y el amor que tú nos muestras. Danos la fortaleza para expresar nuestros anhelos y esperanzas y prometerte estas palabras de la Carta a los Hebreos: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré». Que, al realizar hoy nuestra jornada, nuestros sentimientos se puedan expresar y concretar en un servicio generoso y en un amor lleno de bondad, misericordia y solidaridad. Te bendecimos, te alabamos, te glorificamos y te damos gracias, Señor. Amén.
Un muy feliz y santificado martes.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús liberando a una persona poseída por un "espíritu maligno" (cf. Mc 1,21-28), que la destrozaba y la hacía gritar sin cesar (cf. vv. 23.26). Esto es lo que hace el demonio: quiere poseer para "encadenar nuestras almas". Encadenar nuestras almas: esto es lo que quiere el diablo. Y debemos cuidarnos de las "cadenas" que sofocan nuestra libertad. Porque el diablo te quita la libertad, siempre. Intentemos, pues, poner nombre a algunas de estas cadenas que pueden apresar nuestro corazón.
Pienso en las adicciones, que nos hacen esclavos, siempre insatisfechos, y devoran energía, bienes y afectos; pienso en las modas dominantes, que nos empujan al perfeccionismo imposible, al consumismo y al hedonismo, que mercantilizan a las personas y desvirtúan sus relaciones. Y otras cadenas: están las tentaciones y los condicionamientos que socavan la autoestima, la serenidad y la capacidad de elegir y amar la vida; otra cadena: el miedo, que hace mirar al futuro con pesimismo, y la intolerancia, que siempre echa la culpa a los demás; y luego hay una cadena muy fea: la idolatría del poder, que genera conflictos y recurre a las armas que matan o se sirve de la injusticia económica y de la manipulación del pensamiento. Hay tantas cadenas en nuestras vidas. Y Jesús vino a liberarnos de todas estas cadenas. (…)
Preguntémonos entonces: ¿quiero realmente liberarme de esas cadenas que aprisionan mi corazón? Y también, ¿sé decir que "no" a las tentaciones del mal, antes de que se apoderen de mi alma? Por último, ¿invoco a Jesús, le permito que actúe en mí, que me sane por dentro? Que la Santísima Virgen nos proteja del mal. (Ángelus, Plaza San Pedro, 28 de enero de 2024)